Mucho se ha escrito sobre la bondad de Matías Urtubey. También se han escrito infinidad de anécdotas deportivas de Matias. Sin embargo, ahora el tema es otro. De lo que no se ha escrito nunca es de “lo de Urtubey”.
Los abuelos de Urtubey vivían en una casa en Nahuel Huapi y Rivera. Cuando ellos murieron, la casa se la quedó el papá de Matías (Urtubey grande). Con el correr de los años, más precisamente el año pasado, Matías (Urtubey chico) fue amo y señor de aquella hermosa casona. Los pormenores sobre la adquisición de este inmejorable inmueble (dos plantas, apto profesional, y dependencias de servicios) son variados y no vienen al caso. Además de tristes, por supuesto.
Tampoco hacen a la cuestión el sinfín de arreglos que tuvo que hacer Matías Urtubey para poder habitar aquella casa. Fueron muchos, claro que sí. Pero como Matías no quería más problemas de los que ya tenía, comenzó de a poco. Que un caño de plomería, que la antena de la televisión, que la falsa escuadra del parquet del living, que pim pam pum, que martillazos y tornillos por doquier.
Porque claro, los problemas de Matías eran otros. Y un cuerito seco no le iba a quitar el sueño. Lo que si era un problema para Urtubey, era ser el único miembro de una de las minorías sociales más respetadas de Villa Urquiza. De hecho, era el único miembro del Centro Vasco. Ser miembro de este Centro ofrecía una gran variedad de beneficios y satisfacciones. Entre ellos: obtener siempre la mesa junto a la vidriera en un restaurant de comida vasca (Matías iba todos los jueves) y ser una ilimitada fuente de alegría para los niños pequeños que creen que las personas con caras blancas son el pináculo del chiste fácil (sobre todo los de la escuela 24, aún hoy).
Y, crean lo que esta escrito, ser la única persona con una cara tan blanca como la nieve en Villa Urquiza puede ser algo terrible. Por ejemplo, cuando una lámpara le dio una descarga mientras intentaba arreglar un enchufe y tuvo que salir corriendo hasta Congreso buscando un taxi que lo deje en el Pirovano. Hasta ese día era como conocido como “el hombre de la cara blanca que vive en la casa vieja de Nahuel Huapi”, luego del incidente eléctrico fue “el boludo de la cara blanca que vive en... etcétera”.
- ¿Cómo se hizo esto?- le preguntaron en la Guardia.
- Intentaba arreglar el cable de mi lámpara de lectura- respondió Matias.
- La próxima vez llame a un electricista- rieron a coro las tres enfermeras.
- ¿Qué es eso?- preguntó Matias señalando la pared.
- Una mancha en la pared, humedad- dijo Enfermera Uno.
- Tengan cuidado, no vayan a romper en cualquier lado.
- No... ¿Es plomero?- pregunto Enfermera Dos.
- No, pero igualmente tengan cuidado donde van a romper. ¿Saben donde esta la humedad?- Urtubey se acercaba a la mancha y la mirada muy serio.
- No, no sabemos... ¿Usted puede ayudarnos?- murmuró tímidamente Enfermera Tres.
- ¡Claro que sí!- dicho y hecho, Matías Urtubey secó la humedad lo mejor que pudo para visualizar de donde venía la filtración. Estuvo toda la tarde para ubicar el lugar de la perdida, y lo hizo a puro tacto. Apoyó su mano en la pared y recorrió la pintura. Ahí, debajo de una ventana pasaba el caño y ahí (claro) estaba perdida. Trabajó todo el día siguiente, agregando que tuvo que comprar caños y mano de obra. Fue algo que jamás hubiera hecho nadie. Un buen tipo, Matias Urtubey. Es de esos que saben que si uno no sabe donde esta pinchado el caño, es mejor romper sobre la mancha de humedad. Conocimiento adquirido instintivamente en lo de Urtubey, se escribiría luego.
martes, septiembre 23, 2008
El bondadoso misterio del chispazo en lo de Urtubey
lunes, septiembre 15, 2008
La araña de Santa Teresita (Adagio Piú Agitato)
Hay ciertas arañas (llamadas "extranjeras"), como la phoneutria que puede ser transportada en forma casual desde Brasil en cargamentos de bananas./SEGUNDO ACTO
Cecilia no llegó muy lejos porque cuando doblaba la esquina, Martín ya esta detrás de ella. Mientras volvían a la casa, pensaban formas interesantes de deshacerse del arácnido. Las dos opciones más fuertes fueron las siguientes: Cecilia quería aplastarla con un diario y tirarla por el inodoro, mientras que Martín (respetando el orden natural) quería acompañar a Lourdes hasta la puerta de salida y despedirla con lágrimas en los ojos (probablemente agitando un pañuelo).
La última vez que vieron a Lourdes estaba sobre la heladera. Como expertos cazadores de mariposas, buscaron a Lourdes durante un largo rato sin éxito. Martín deseaba encontrarla primero, porque tenía mucha fe en los reflejos de Cecilia, sobre todo con un revista Hola en la mano. Habiendo perdido las esperanzas, decidieron cenar. Y media hora después, de nuevo fue Martín quien la vio primero.
- Lourdes- murmuró.
- ¿DÓnde?- grito Cecilia, mientras manoteaba la revista.
- ¡La puta que te parió, Cecilia!- Martín se levantó rápidamente, y sin darse cuenta pateó una de la sillas tropezándose. Para no caer sobre la mesada se apoyo en la heladera. Y Lourdes cayó al piso.- ¡No la pises!
- ¡La puta madre, Martín!
- ¡No la pises!
- ¡Debajo de la cama!- gritó Cecilia.
Martín se acostó en piso junto a la cama, y observó unos minutos.
- Cecilia... lo único que hay debajo de la cama es una caja de madera.
- ¡La cueva de la araña!
- Las arañas no viven en cuevas... esos son los osos.
- Ah bueh... "Cocodrilo Dundee".
- Para, loca...- dijo Martín mientras sacaba la caja de madera llena de tierra, la apoyó sobre la cama y la abrió.- No te puedo creer... mira esto.
//FIN SEGUNDO ACTO
martes, septiembre 09, 2008
Alicia y su casa de vacaciones
Cosas que a la gente le gustaría saber sobre Alicia. La casa de Alicia estaba rodeada por un bosque de pinos, cipreses y eucaliptos. Y acacias. Siempre se olvidaba de las acacias. La guerra contra las dunas la pelearon otros, y gracias a eso, su familia podía tener una casa rodeada de árboles a pocos metros del mar. Por supuesto que no era la casa de Alicia. Era de sus padres, pero ellos nunca le mezquinaron sus llaves; sobre todo cuando Alicia iba con Jorgelina y Marisa (viaje que hacían una vez por año, fácil). Era enorme aquella casa, con una puerta grande y ventanas de madera. Piezas gigantes, dos o tres habitaciónes, un semipiso sin paredes para guardar cosas y dónde podían entrar tranquilamente 3 o 4 personas sentadas o acostadas. Un altillo con una ventana infinita, sobre un lateral del techo a dos aguas.
Casi todas las vacaciones de Alicia y sus amigas eran una puerta hacia los pequeños vicios que se permitían en aquellos días. Fumar, cerveza, dormir hasta tarde, acostarse mirando las estrellas, cosas de mujeres. Y así durante muchos años. Así, siempre.
Durante las últimas vacaciones los tópicos de las charlas fueron: lo bueno que estaba el dentista de Jorgelina, por qué Bukowski era un escritor tan lleno de excesos, cuándo Marisa iba a decidirse a publicar su libro, por qué Alicia no se casaba con su “peor es nada” y lo mucho que se conocían las tres.
La charla terminaba con un paseo por el bosque, acabando el último paquete de Philip Morris y perdiéndose en una caminata silenciosa bajo la luna llena de Mar de las Pampas.
miércoles, septiembre 03, 2008
Un contestador
Ayer sumé otro renglón a mi lista de pequeños odios cotidianos. Odio que mis amigos no estén en su casa cuando los llamo por teléfono. No hay nada como la cálida bienvenida del contestador automático de Telefónica.
lunes, septiembre 01, 2008
La tierra multicolor: Un viaje de ida
En Necochea, más o menos a dos cuadras de El Viejo Contrabandista, había una librería de “usados y nuevos” dentro de una galería. Tenía 15 años y fueron las primeras vacaciones solo. Fue un verano un poco raro, ni siquiera me acuerdo por qué decidí irme sólo, siempre fui bastante social y las vacaciones con mis primas (primero) y mis amigos (después) eran el evento más esperado del año. Pero ese año no. Mi vieja me habilitó el dos ambientes frente al mar, y me subí al Costera Criolla.
La librería, cierto. Como en casi toda librería de verano había ofertas... y muchas. Me llamó la atención una colección de libros de ciencia ficción que había en la vidriera. La típica promo de “lleve 3 - pague 2”. El método para elegir los tres libros fue sencillo. Primero un título llamativo, algo que me haga querer agarrar el libro y prestarle atención a la tapa. Segundo, dibujo de la tapa. Tercero, una contratapa prometedora. Así fue que el primero se llamo Hacedor de Mundos de Domingo Santos, después La autopista de la eternidad de Clifford D. Simak y, por último, La tierra multicolor de Julian May. No me voy a colgar con los dos primeros ahora, la idea es que conozcan a Julian May. Como bien decía la contratapa May es el trago que se toma cuando mezclas a Verne, Tolkien y Salgari. Es así que La tierra multicolor es una historia épica de fantasía y ciencia ficción.
Este libro es el primer libro de una tetralogía que se llama Saga del exilio en el Plioceno (o Pleistoceno, según lo encuentren por ahí). Sin embargo, todo comienza en un futuro muy lejano. Mas o menos el año 2034 un físico encuentra la forma de abrir un portal en el tiempo. Como siempre suele suceder con este tipo de descubrimientos, el portal solamente funcionaba como “un viaje de ida”, además de abrirse en un lugar específico de la historia humana (o la prehistoria, en este caso), el valle del Ródano durante el Plioceno (esto es: hace seis millones de años). Años más tarde, el portal solamente sirve para deshacerse de: los rebeldes del futuro, los científicos estudiaban aquella idílica época, y de los millonarios cansados del agotador ritmo de la sociedad que viajaban así a unas vacaciones permanentes. La historia que nos interesa empieza en el año 2110 cuando, un grupo de los más variados personajes viajan en dos equipos hacia el Exilio y es entonces cuando, el lector va a viajar con ellos para enterarse qué sucede en esa época.
Es una novela coral, esto quiere decir que los personajes se multiplican por doquier y que cada uno esta milimétricamente perfilado. Sin embargo, evolucionan mientras la trama avanza. La acción es genial, las escenas de batallas son super dinámicas. Y lo mejor, la trama se complica en cada capítulo. Los personajes tienen una profundidad poco usual en novelas de este tipo, y cada paso que dan en la historia, afecta a otro personaje y los hace entrar en una efecto dominó de tramas y subtramas increíble.
Para mí, La Tierra Multicolor completó y cerró el efecto Tolkien. Es la guinda perfecta, para cerrar una etapa llena de fantasía. Lamentablemente, en esa librería de Necochea no tenían las tres partes que completaban la saga. Pero de todas formas, la historia de La Tierra Multicolor, es una historia que merecía ser contada.