lunes, noviembre 22, 2004

¿Cómo contemplar una estatua en un cementerio?

Vayan a un cementerio. A la noche, por supuesto. No me digan que tienen miedo, acá el cobarde soy yo; así que ese papel me toca. A ustedes, no; por supuesto. Ustedes son los heraldos de la valentía. Claro.

Vayan a un cementerio, y elijan cualquier estatua. Esa que esta ahí, por ejemplo.

Tan pálida, tan fría, tan serena. Contiene una sabiduría rígida en sus facciones, en sus mejillas pulidas y perfectamente rasuradas, las exactas arrugas del conocimiento, la mirada sin pupilas clavada en todos los sitios que no están en este mundo, los labios fríos, helados.

Muerdánse el labio inferior, muerdan tanto hasta que sientan que esta por explotar, que la sangre esta a punto de salir. No se flagelen, no sean idiotas; les un poco nada más.

A veces le entraban ganas de besarlos, y los besaba, los besaba una y otra vez durante largo rato, hasta que notaba el sabor de la sangre... Pensaba que esa sangre podía ser la sangre de los otros labios, de los labios que deseaba, que se entregaban al placer del beso recobrando la vida, o pensaba que podía ser su propia sangre, entonces deseaba besar esos labios hasta desangrarse y morir entregado al deseo en los brazos inexistentes de la estatua. Pero el dolor, o puede que el miedo, vencía a su voluntad y la obligaba a abandonar el beso...

No se flagelen.

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