Martín fue el primero en decirlo. Cuando pensamos que todo nuestro pequeño universo estaba tan ordenado que casi controlabamos el viento, Martín habló:
- Me gusta Laura- dijo, y eso fue en el recreo corto. Nosotros lo miramos y seguímos cambiando figuritas del albúm de Los Dukes de Hazzard.
Días más tarde, mientras estabamos sentados en el escenario, con nuestros pies colgando, Martín volvió a hablar:
- Me gusta Lorena- dijo, y eso fue en el recreo largo. Nosotros lo miramos y seguímos cambiando figuritas del albúm de Los Dukes de Hazzard.
Laura y Lorena no eran hermanas, pero jugaban como si lo fueran. Y jugaban a qué lo eran. Caminaban dando círculos por el patio durante los recreos. Las demás chicas sabían que ese era otro universo. Y sabían también que nunca entrarían al microcosmos de charlas silenciosas, de murmullos inaudibles, de risas cómplices. Era una pequeña regla. En algún lado, así estaba escrito.
Laura y Lorena eran las mejores amigas. No sólo entre ellas, sino también con las demás. Esa era otra regla. Ellas convivían y vivían los juegos grupales, las confidencias universales. Pero el límite invisible estaba. Y siempre fue respetado por las demás chicas.
Laura y Lorena eran mágicas. Siempre lo supe. Laura era la paz, la paz sin tristezas ni rencores. Lorena era la inspiración, la proyección del hombro amigo a traves de todo. Una verdadera amistad no se sustituye con nada. Entonces, Laura y Lorena fueron las primeras en aprender el concepto de "eternidad".
Martín comprendió demasiado temprano, que hay reglas, conceptos inalterables, que jamás pueden romperse. Una semana más tarde, Martín volvió a hablar:
- Tengo la del General Lee saltando una montaña...- dijo. Pero el recreo largo ya había terminado.
lunes, septiembre 06, 2004
El Primero y Las Primeras /2
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